"Era un roble muy viejo. Una de las ramas más bajas se había quebrado recientemente. A unos dos metros más abajo, alguien había clavado al tronco la cabeza de un simio y tres flores de ajo con un alfiler de sombrero. Sin embargo, la niña que dormía bajo la sombra del roble parecía ajena tanto al árbol como a sus extraños aderezos. Ni siquiera se dio cuenta de que un grajo aleteaba hacia ella. Tampoco se percató del bisbiseo que producía la sangre al brotar entre sus incisivos y deslizarse garganta abajo. La sangre al brotar entre sus incisivos y deslizarse garganta abajo. La sangre no tardó en mancharle el pelo color maíz, pero ni por esas se percató la niña. Porque no estaba dormida. Dian Spark tenía ocho años y estaba muerta."
Conocemos a David Hanlin, un policía de Scotland Yard puritano y escrupuloso en sus normas, a su llegada al pueblo de Thorn para investigar la muerte de una niña cuya puesta en escena le lleva a pensar que se trata de una muerte ritual. Obsesionado en investigar al pueblo y sus habitantes, seguirá indicios de creencias y ritos paganos descubriendo las tradiciones más oscuras de los lugareños.
David Pinner publicó Ritual en 1967 mientras cultivaba una incipiente carrera en el teatro. Acababa de escribir el libreto de Fanghorn, una obra de iconografía ocultista, al mismo tiempo que formaba parte del elenco de La ratonera de Agatha Christie, que estaba siendo representada en Londres. Esos dos trabajos marcaron la naturaleza de la que sería su primera novela. Una historia que conjugaba una trama detectivesca con un trasfondo de mitología pagana, concebida para cine desde un principio. Pinner comenzó ideando un tratamiento que llegó a tener director representante: Michael Winner. El director de La centinela (1977) —y colaborador habitual con el actor Charles Bronson— acabó desestimando la idea debido al fuerte componente onírico que contenía, dejando el proyecto estancado y provocando que Clowes, el agente de Pinner, le convenciera para trasladar el concepto a una novela que, con seguridad, sería publicada. Así, Ritual contaba la historia de un agente llamado David Hanlin procedente de Scotland Yard que pone rumbo a un pequeño pueblo rural del condado de Cornish para investigar el asesinato de una niña de 8 años. Todo ello enmarcado en un estilo literario sencillo. Que encontraba sus mayores aciertos en lo poderoso de sus imágenes y en la capacidad del autor para volver amenazantes ambientes puramente ordinarios.
En este ambiente rural, de provincianismo puro, nadie es anónimo. Es aquí, en el dibujo de personajes, donde uno empieza a intuir rápidamente la alargada sombra de Ritual. Cada uno es presentado con su propio excentricismo. Tenemos el terrateniente embargado y homosexual al que le gusta tocar la flauta; un actor jubilado que vive en la casa del terrateniente; el matrimonio de la niña asesinada —dueños de una tienda de golosinas—; la hija mayor de éstos —una joven con la libido por las nubes—; el carnicero que sustenta su negocio con los gatos callejeros; el loco del pueblo —un negro que vaga día y noche por el bosque—; y especialmente los niños, la denominada Cuadrilla. La primera imagen que uno le viene es la de un pueblo de dos colinas gemelas. El crimen de una joven reina del baile, y la plana de habitantes que escenifican los secretos de un lugar cuya apariencia no refleja su auténtica naturaleza. La paramnesia nos traslada sin dudar a Twin Peaks (1990). Lynch, como Pinner, abre su historia a raíz del crimen de una chica inocente, y cómo Pinner también, guía la trama mediante un investigador de muy peculiar carácter. David Hanlin no sólo es cristiano. Es un puritano de los pies a la cabeza obsesionado con desenmascarar el ocultismo, de trato difícil y fuertes prejuicios. Mantiene soliloquios en su cabeza que reflejan lo arisco de su persona y sus auténticos pensamientos cuando habla con alguien. Para él, todos los habitantes son “indios”. Así los llama, tratándolos con altanería y mucha desconfianza.
Desde el primer momento, la atmósfera se vuelve pesada, densa y sumamente extraña. La imagen general parece normal, pero hay pequeños detalles que descontextualizan las cosas y eso despierta animadversión y en consecuencia cierto temor. Los niños corretean por las calles haciéndose dueños de unas leyes de violencia infantil que en algún momento resultan perturbadoras, mientras sus padres celebran una reunión “literaria” en el desván de la Sra Spark —la madre de Dian y mujer de misteriosos dones—. Pinner alterna el punto de vista narrativo dosificando la información. Su narrador es omnisciente, pero tan pronto se acerca a un personaje, verbaliza sus pensamientos en primera persona cambiando la perspectiva de un párrafo a otro. El lector es consciente de lo que unos piensan de otros y de lo que Hanlin cree en cada momento. Eso le da una imagen conjunta aunque, como es lógico, para nada completa. Se sabe desde el principio que aunque el libro deje claro la naturaleza extraña del lugar, hay cosas que no se descubrirán hasta la última página. Uno de esos clímax amparados bajo ese inesperado detalle que cambia gran parte de la trama. En este punto hay que tener en cuenta la experiencia que el público tiene hoy día con estas historias y es fácil intuir los trucos.
Críticas :
" Me he encontrado con una historia tremenda, perfectamente orquestada para intranquilizar al lector deseoso de acompañar a este inspector en su búsqueda de respuestas. No será la búsqueda del culpable lo único que nos intranquiliza sino la certeza de que cada persona tiene un lado oscuro, un lugar para guardar sus secretos y sus sombras y el miedo a que esas sombras se vayan a liberar. Porque vaya si lo hacen. Y se nos rebela así la naturaleza en todo su esplendor. Pero esta vez no se trata de una naturaleza como la que nos encontramos en esos vídeos que se mandan por mensajes y que van acompañados de melodías clásicas. La naturaleza tiene dos lados, y hay otro oscuro, que ronda lo instintivo, lo salvaje; y que va desde la hermosa flor que resulta ser carnívora, hasta la mejor de las sonrisas que se torna en cuestión de segundos en una mueca para ocultar los sentimientos de su portador."